lunes, 10 de mayo de 2010

Libros digitales...

Por Alejandro Margulis *

En octubre del año pasado la tienda virtual Amazon.com, especializada en el comercio electrónico de libros, lanzó al mercado un lector de textos digitales (e book reader) llamado Kindle, que pronto se difundió entre los fanáticos de las nuevas tecnologías como el libro electrónico del que viene hablándose desde hace por lo menos diez años atrás. El pequeño mesías anunciado tiene el aspecto de una calculadora de plástico chata y de color blancuzco, mide 18 centímetros de largo por 13 de ancho y pesa 300 gramos (aproximadamente lo mismo que la última novela de moda). Cuenta con una pantalla de aspecto parecido al papel que ocupa tres cuartas partes de su superficie y permite almacenar un contenido de hasta 200 libros completos más la posibilidad de descargar, igual que lo hace un iPod con la música, 90.000 títulos con sus imágenes, índices y, llegado el caso, los primeros capítulos así como una infinidad de contenidos escritos y visuales de revistas, diarios, páginas de internet, foros y los blogs que más se le antoje leer a su propietario una vez seleccionados en cualquier computadora personal, locutorio o cyber con conexión Wi-Fi.
El aparato es más bien feo y tiene poco glamour si se lo compara con la belleza que alcanzan algunas ediciones de hoy en día, en que las técnicas de imprenta y las combinaciones de diseño gráfico, papeles y formatos parecen haber llegado a su punto de perfección. Pero la fealdad no fue un accidente sino parte de una estrategia marketinera para focalizar el interés en lo que se puede leer en él. De hecho, y aunque salió al mercado por ahora sólo en los Estados Unidos y en algunos países de la Comunidad Europea, el Kindle ya consiguió poner nerviosos a los capitostes de buena parte de la industria editorial del globo, que ciertamente es una de las que menos cambios ha tenido desde que el herrero alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos movibles a mediados del siglo XV.

Leer o no leer en pantalla

Leer textos largos en una pantalla de computadora es algo que hoy por hoy parece restringido a quienes trabajan profesionalmente con la palabra escrita, llámense estos periodistas, editores, escritores, académicos, empresarios o docentes. De ahí que la creación de un aparato que pueda compensar esa incomodidad, tornando la lectura sobre una superficie brillante una actividad masiva, resulte tan interesante para los inversores como para los creadores de contenidos virtuales.
En la carrera por este público que presumen cautivo se anotaron tanto corporaciones gigantescas como pequeños emprendedores. En 2001, por ejemplo, la Asociación Nacional de Libros de los Estados Unidos (Women´s National Book Association) pronosticó que los libros que iban a poder descargarse de internet moverían 25.000 millones de dólares. "En pocos años, después del fin de esta década, los libros electrónicos constituirán el formato preponderante para el contenido de libros”, afirmaban sus miembros por entonces. Hoy, a poco de cumplirse ese lapso de tiempo, tanto el buscador de contenidos Google como Microsof se encuentran digitalizando la totalidad de los libros publicados por el hombre; los escaners que usan pueden digitalizar automáticamente libros a un ritmo de 2.400 páginas por hora (unos ocho minutos por libro). Hasta hace poco 300.000 libros se encontraban ya digitalizados en Internet y podían descargarse en forma gratuita. Y la Feria Mundial del Libro Electrónico, que tiene entre sus principales impulsores al Proyecto Gutenberg y al World eBook Library, apuesta a llegar a un millón para el 2009. Para algunos, esto alienta la piratería de textos como en el mercado de la música; para otros, como John Guagliardo, fundador justamente de la World eBook Library, se tata de un nuevo estadio de conocimiento del hombre en el que probablemente surja una de las bibliotecas más grandes de la historia: un proyecto hiper democrático que, como dice, "se basa en la premisa de que todo el mundo debería poder acceder a una biblioteca pública global".
Se entiende entonces que la aparición del Kindle haya producido un nerviosismo generalizado en el mundo editorial. Desde las páginas de los grandes diarios y publicaciones en papel comenzaron a imprimirse metáforas fuertemente bélicas, como si los lectores se encontrasen hoy frente a una disyuntiva inevitable: así el libro tradicional aparece sucesivamente “acorralado”, “rodeado” o “sometido a la enorme transformación” que sin duda se avecina. Los más apocalípticos preveen incluso que la llegada de un aparato de esta naturaleza, fabricado pr quien sea, supondrá mucho más que una durísima competencia. La desaparición a mediano o largo plazo del libro tradicional realmente ha sido puesta en la balanza.
Más objetivos y moderados, otros expertos señalan que las computadoras son útiles principalmente para leer textos cortos como los que aparecen en testimonios personales u opiniones publicados en foros y blogs de internet, microrelatos y poesías de páginas literarias, o bien noticias de los diarios y revistas on line. Y que los géneros largos, sean éstos de contenido técnico, académico o relatos de ficción, siguen siendo las cenicientas de la web. De ahí que empresas como Sony, Amazon y también Apple anden detrás de lo que consideran puede llegar a ser la gallina de los huevos de oro en el tercer milenio: aquella capaz de venir a empollar una nueva fuente de conocimiento, placer y fortuna. No falta entre tantos dimes y diretes el intelectual sarcástico que le desea a los inventores de hoy una suerte mejor que la del pobre Gutemberg; es sabido: al no poder devolver nunca el préstamo que le había hecho un banquero alemán se vio obligado finalmente a cederle la patente de explotación y murió en la miseria más absoluta. Así lo cuenta la historia y lo reproduce Wikipedia, la enciclopedia virtual libre, gratuita y más completa que hoy en día se encuentra al alcance de cualquier lector con acceso a una pantalla fría.
Ironías aparte, lo cierto es que el concepto de campo literario así como se lo conoció en los años sesenta (de la mano del sociólogo francés Pierre Bordieu) hoy en día se ha extendido y cambió, sobre todo en sus sistemas de circulación. Pese a la resistencia de los grandes editores en papel, que fomentan la polémica falaz entre los libros electrónicos y los de formato papel, hoy puede hablarse de un campo tecnológico-literario que, si bien incipiente todavía, crece en forma exponencial. Y si bien es cierto que a juzgar por la no muy extensa bibliografía académica y crítica que existe al respecto, y que los tiempos de asimilación al nuevo hábito aún parecen lejanos, también lo es que leer textos digitales, buscarlos, criticarlos en las pantallas aunque dé pereza y trabajo, cuestionar si están bien o mal editados, si los fondos de pantalla son los correctos, si la tipografía empleada es la más cómoda o no, será en breve una obligación para no convertirse en un analfabeto tecnológico. Llámense libros electrónicos, e books, blogs o diarios electrónicos, una nueva forma de ejercitar la percepción, integrada a las artes visuales como nunca antes en la historia, ha venido para quedarse de la mano de un negocio multimillonario que aspira a modificar el más acendrado de los hábitos culturales, la lectura.


* Docente de nuestra carrera, periodista y editor del portal www.ayeshalibros.com.ar

Esta es una versión reducida del artículo publlicado por el periodista en la revista Le Monde Diplomatic

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